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Crítica al Urbanismo Racionalista

El urbanismo racionalista ha sido objeto de numerosas críticas. Algunas de estas ideas más que críticas son propuestas diferentes, pues sus ideólogos son anteriores al movimiento racionalista. Algunas de estas corrientes son las siguientes:

El urbanismo de la continuidad

Sus principales representantes son el escocés Patrick Geddes y el norteamericano Lewis Mumford. Ambos comparten la idea de continuidad: la ciudad es un organismo vivo, cuya ampliación debe hacerse teniendo en cuenta su evolución pasada y las circunstancias que han llevado a su configuración actual. Antes de hacer un plan hay que recabar información histórica y sociológica de la ciudad. A continuación, para hacer el planeamiento, el autor combina los datos objetivos con su propia percepción del hecho urbano con el que se enfrenta.

Este sistema choca frontalmente con el racionalismo, que postula un hombre-tipo universal válido para todas las circunstancias. Frente a ello, los continuistas proponen un diseño acorde a las condiciones físicas y sociológicas de la ciudad.

Mumford critica también la zonificación racionalista. La mezcla de usos conseguiría una disminución de desplazamientos, evitaría los procesos de ocupación-llenado de las distintas partes de la ciudad y conseguiría una heterogeneidad, dando lugar a una ciudad más integrada y viva. Los espacios libres racionalistas son, según Mumford, demasiado grandes e inarticulados, fuera de la escala humana. Frente a ello propone espacios vivos, más pequeños, donde el ciudadano esté más cómodo.

Mumford también se preocupa de las ciudades en el marco territorial. Propugna, siguiendo a Howard, una limitación de tamaño y un aumento del número.



La crítica sociológica

Surge en los 60, cuando el racionalismo había llegado a su madurez. Se apoya en estudios sociológicos que señalan que una vivienda higiénica y una distribución racional del espacio urbano son incapaces por si mismas de asegurar a sus habitantes el sentimiento de seguridad y de libertad, la riqueza en la elección de actividades, la impresión de vida y el elemento de distracción y variedad que son necesarios para la salud mental y que repercuten sobre a salud física. La integración del comportamiento humano al medio exige un cierto clima, un ambiente que el racionalismo no había tenido en cuenta en sus propuestas.

Dentro de esta corriente destaca la socióloga norteamericana Jane Jacobs, que en su libro Muerte y vida de las grandes ciudades propone unos nuevos principios para el diseño de la ciudad que son la síntesis de toda la crítica sociológica; algunos de ellos ya habían sido planteados por otros humanistas como Mumford.

      a) La zonificación y estandarización racionalista dan lugar a monotonía y astenia. Monotonía física y social, cada lugar va a estar ocupado por el mismo tipo de personas, perdiéndose la posibilidad de contactos múltiples y casuales propios de la ciudad tradicional. Frente a la zonificación propone mezcla de usos y frente a la estandarización, variedad de formas y espacios.

      b) Los grandes espacios libres racionalistas, que pretenden introducir el campo en la ciudad, son criticados en la misma línea que los culturalistas, pero ampliando argumentos. En primer lugar, en ellos hay falta de seguridad; la seguridad se consigue con la presencia de de numerosas personas que se vigilan unas a otras, lo que no sucede en espacios tan grandes. En segundo, el hombre se siente en ellos fuera de escala, no lo percibe como una parte de la ciudad; pero tampoco tiene las condiciones del campo, son un híbrido que no aporta nada. Por último, al ser grandes no están bien conservados y la gente no acude. Los espacios urbanos que gustan al ciudadano son pequeños, bien conservados y concurridos. Esta reducción trae una disminución de altura en los edificios para la misma densidad.

      c) La calle tradicional se pierde en la ciudad racionalista. Jacobs la reivindica como un elemento fundamental de la convivencia, es un lugar común a toda la población intermedio entre la privacidad de la vivienda y el carácter público de otros centros especializados como cines, centros sociales, etc. Estas relaciones son diferentes a las de los grandes edificios racionalistas y mucho menos enriquecedoras. Por eso hay que volver a la manzana cerrada, creadora de la manzana tradicional.

Estas medidas –mezcla de usos, variedad de edificaciones, reducción de espacios libres, formación de calles- están siendo introducidas en muchas actuaciones recientes. Su aplicación tiene el límite que marcan las necesidades del tráfico. Ahora también se procura entender el carácter particular de cada ciudad: su historia, su tradición y su modo de vida propio. Las ideas de los ciudadanos se tienen en cuenta en la medida de lo posible a través del proceso de información pública a las que se someten los planeamientos antes de su aprobación.

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